Cierre de campaña de Cáritas Internationalis

 

 

“La verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo” (Papa Francisco, 8 de Noviembre, 2015).

Ambientación y recursos

  • Preparar una mesa con mantel y colocar frijol, arroz, café, azúcar, tortillas y otros alimentos si se puede y el logo de la campaña.
  • Letrero grande con las palabras: seguimiento, comunión, compartir, misericordia.
  • Oración del cierre de la campaña en un papelógrafo para que todos puedan rezarla o bien sacar copias para distribuirlas entre los participantes.

GUÍA LITÚRGICA

Monición:

Queridos hermanos y hermanas: Estamos reunidos como una gran familia, para agradecer al Señor habernos permitido realizar la campaña: “Una sola familia, alimentos para todos”, que ha movilizado  a miles de persona en todo el mundo. Demos gracias por haber tenido la oportunidad de aliviar la angustia y preocupación de nuestros hermanas y hermanas con nuestras acciones y posibilidades.

Cerramos la campaña en este tiempo de adviento, tiempo de esperanza profunda porque el Señor rico en misericordia se hace humano, cercano a nuestro pueblo. También conmemoramos el  día mundial de los Derechos Humanos.  Recordemos que “la alimentación es un derecho humano universal, por él se garantiza que las personas tengan acceso individual o colectivamente a una alimentación adecuada y suficiente que garantice una vida física y psíquica satisfactoria y digna, así como disponer de los recursos necesarios para producir y mantenerla en forma sostenible, respetando las tradiciones culturales de nuestra población” (Guía educativa: El derecho a la alimentación, Cáritas Honduras, 2014, pág. 13).

Cerramos la campaña, pero esto no significa que olvidemos a quienes sufren de hambre y desnutrición, a quienes se ven afectados por la sequía, a quienes no tienen trabajo, a quienes no tienen tierra. Vivimos en un mundo donde el hambre y la escases afectan a millones de hermanos y hermanas. En Honduras: de 100 habitantes 72 no saben qué comerán mañana y casi 4 millones viven en pobreza extrema. Es terrible morirse de hambre si no hay comida, pero lo es mucho más cuando los supermercados están llenos y cuando se desperdicia por no compartir.

Que las palabras del Papa Francisco, al iniciar el año de la misericordia nos animen y fortalezcan: “No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye. Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía y el egoísmo”.

Acto Penitencial

El derecho a los alimentos atraviesa todos los derechos humanos. Su satisfacción es esencial para combatir la pobreza y es garantía para asegurar un nivel de vida adecuado, pero sobre todo, para asegurar condiciones fundamentales para la supervivencia. Por eso, pidamos perdón al Señor por la indiferencia, la negligencia, la falta de voluntad, la indolencia de las autoridades y la de cada uno de nosotros por permitir que hermanos y hermanas nuestras, pequeños y adultos pasen hambre o estén malnutridos.

  1. El 24 de Agosto de 2010 el Gobierno de la República emitió el Decreto Ejecutivo PCM-O38-2010 mediante el cual reafirma su compromiso con la seguridad alimentaria y nutricional, declarando la seguridad alimentaria y nutricional de la población hondureña como una prioridad nacional. Sin embargo pocos pasos se han dado y mucha de la ayuda se politiza y no llega a quien la necesita. Señor Ten piedad de nosotros
  2. La pobreza y la exclusión producen hambre. Los Obispos latinoamericanos lo dijeron claramente en el Documento de Puebla “Esta pobreza no es una etapa casual, sino el producto de situaciones y estructuras económicas, sociales  y políticas que produce ricos cada vez más ricos a costa de pobres cada vez más pobres”. También nosotros hemos contribuido con nuestro silencio encubridor. Cristo ten piedad de nosotros.
  3. Está comprobado que sin una alimentación adecuada  las personas no pueden desarrollar todo su potencial y ven limitadas sus posibilidades de lograr una vida saludable y plenamente activa. Esto implica dificultad para estudiar, mantener un empleo y velar por  el cuidado y desarrollo de los hijos.  Nuestra falta de solidaridad contribuye a mantener estas situaciones injustas. Señor ten piedad de nosotros.

Dios se compadece de cada uno de nosotros y de la humanidad y nos da fuerza con su Palabra para transformar nuestras actitudes y las estructuras familiares, comunitarias y sociales. Por eso escuchemos con atención.

Lectura del santo evangelio según San Marcos 6, 34-44

Al desembarcar, Jesús vio toda aquella gente, y sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas sin pastor. Y se puso a enseñarles largamente. Se había hecho tarde. Los discípulos se le acercaron y le dijeron: «Estamos en un lugar despoblado y ya se ha hecho tarde; despide a la gente para que vayan a las aldeas y a los pueblos más cercanos y se compren algo de comer.» Jesús les contestó: «Denles ustedes de comer.» Ellos dijeron: «¿Y quieres que vayamos nosotros a comprar doscientos denarios de pan para dárselo?» Jesús les dijo: «¿Cuántos panes tienen ustedes? Vayan a ver.» Volvieron y le dijeron: «Hay cinco, y además hay dos pescados.» Entonces les dijo que hicieran sentar a la gente en grupos sobre el pasto verde. Se acomodaron en grupos de cien y de cincuenta. Tomó Jesús los cinco panes y los dos pescados, levantó los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y los iba dando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Asimismo repartió los dos pescados entre todos. Comieron todos hasta saciarse; incluso se llenaron doce canastos con los pedazos de pan, sin contar lo que sobró de los pescados. Los que habían comido eran unos cinco mil hombres. Palabra de Dios

Homilía del Papa Francisco (Mayo 2013)

En el Evangelio que hemos escuchado hay una expresión de Jesús que me sorprende siempre: “Denles ustedes de comer”. Partiendo de esta frase, me dejo guiar por tres palabras: seguimiento, comunión, compartir.

Ante todo: ¿quiénes son aquellos a los que hay que dar de comer?. La respuesta la encontramos al inicio del pasaje evangélico: es la muchedumbre, la multitud. Jesús está en medio a la gente, la recibe, le habla, la sana, le muestra la misericordia de Dios; en medio a ella elige a los Doce Apóstoles para permanecer con Él y sumergirse como Él en las situaciones concretas del mundo. Y la gente lo sigue, lo escucha, porque Jesús habla y actúa de una manera nueva, con la autoridad de quien es auténtico y coherente, de quien habla y actúa con verdad, de quien dona la esperanza que viene de Dios, de quien es revelación del Rostro de un Dios que es amor. Y la gente, con gozo, bendice al Señor.

Esta tarde nosotros somos la multitud del Evangelio, también nosotros intentamos seguir a Jesús para escucharlo, para entrar en comunión con Él en la Eucaristía, para acompañarlo y para que nos acompañe. Preguntémonos: ¿cómo sigo a Jesús? Jesús habla en silencio en el Misterio de la Eucaristía y cada vez nos recuerda que seguirlo quiere decir salir de nosotros mismos y hacer de nuestra vida no una posesión nuestra, sino un don a Él y a los demás.

Demos un paso adelante: ¿de dónde nace la invitación que Jesús hace a los discípulos de saciar ellos mismos el hambre de la multitud?. Nace de dos elementos: sobre todo de la multitud que, siguiendo a Jesús, se encuentra en un lugar solitario, lejos de los lugares habitados, mientras cae la tarde, y luego por la preocupación de los discípulos que piden a Jesús despedir a la gente para que vaya a los pueblos y caseríos a buscar alojamiento y comida.

Frente a la necesidad de la multitud, ésta es la solución de los apóstoles: que cada uno piense en sí mismo: ¡despedir a la gente! ¡Cuántas veces nosotros cristianos tenemos esta tentación!. No nos hacemos cargo de la necesidad de los otros, despidiéndolos con un piadoso: “¡Que Dios te ayude!”. Pero la solución de Jesús va hacia otra dirección, una dirección que sorprende a los discípulos: “denles ustedes de comer”. Pero ¿cómo es posible que seamos nosotros los que demos de comer a una multitud?. “No tenemos más que cinco panes y dos pescados; a no ser que vayamos nosotros mismos a comprar víveres para toda esta gente”.

Pero Jesús no se desanima: pide a los discípulos hacer sentar a la gente en comunidades de cincuenta personas, eleva su mirada hacia el cielo, pronuncia la bendición parte los panes y los da a los discípulos para que los distribuyan. Es un momento de profunda comunión: la multitud alimentada con la palabra del Señor, es ahora nutrida con su pan de vida. Y todos se saciaron, escribe el Evangelista.

Esta tarde también nosotros estamos en torno a la mesa del Señor, a la mesa del Sacrificio eucarístico, en el que Él nos dona su cuerpo una vez más, hace presente el único sacrificio de la cruz. Es en la escucha de su Palabra, en el nutrirse de su Cuerpo y de su Sangre, que Él nos hace pasar del ser multitud a ser comunidad, del anonimato a la comunión. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión, que nos hace salir del individualismo para vivir juntos el seguimiento, la fe en Él.
Entonces tendremos todos que preguntarnos ante el Señor: ¿cómo vivo la Eucaristía? ¿La vivo en forma anónima o como momento de verdadera comunión con el Señor, pero también con tantos hermanos y hermanas que comparten esta misma mesa? ¿Cómo son nuestras celebraciones eucarísticas?

Un último elemento: ¿de dónde nace la multiplicación de los panes?. La respuesta se encuentra en la invitación de Jesús a los discípulos “Denles ustedes”, “dar”, compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos?. Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente esos panes y esos peces que en las manos del Señor sacian el hambre de toda la gente.

Y son justamente los discípulos desorientados ante la incapacidad de sus posibilidades, ante la pobreza de lo que pueden ofrecer, los que hacen sentar a la muchedumbre y distribuyen – confiándose en la palabra de Jesús – los panes y los peces que sacian el hambre de la multitud. Y esto nos indica que en la Iglesia pero también en la sociedad existe una palabra clave a la que no tenemos que tener miedo: “solidaridad”, o sea saber `poner a disposición de Dios aquello que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque solo en el compartir, en el donarse, nuestra vida será fecunda, dará frutos. Solidaridad: ¡una palabra mal vista por el espíritu mundano!

Esta tarde, una vez más, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su cuerpo, se hace don. Y también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que no se acaba jamás, una solidaridad que nunca termina de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo, la muerte.

También esta tarde Jesús se dona a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, es más se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida en los momentos en los que el camino se hace duro, los obstáculos frenan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, aquel del servicio, del compartir, del donarse, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si es compartido, se convierte en riqueza, porque es la potencia de Dios, que es la potencia del amor que desciende sobre nuestra pobreza para transformarla.

Esta tarde entonces preguntémonos, adorando a Cristo presente realmente en la Eucaristía: ¿me dejo transformar por Él? ¿Dejo que el Señor que se dona a mí, me guíe para salir cada vez más de mi pequeño espacio y no tener miedo de donar, de compartir, de amarlo a Él y a los demás?
Seguimiento, comunión, compartir, misericordia. Oremos para que la participación a la Eucaristía nos impulse  siempre: a seguir al Señor cada día,  a ser instrumentos de comunión, a compartir con Él y con nuestro prójimo aquello que somos. Entonces nuestra existencia será verdaderamente fecunda. Amén.

Oración de los fieles

Sabemos que el Señor escucha con atención y solicitud  nuestras súplicas, por eso digamos: Padre bueno y misericordioso, escucha nuestra oración.

1.Para que podamos seguir al Señor con alegría y hagamos vida las enseñanzas del Evangelio a nivel personal, familiar, laboral y comunitario. Roguemos al Señor.

R/ Padre bueno y misericordioso, escucha nuestra oración.

 2.    Para que nos sintamos hermanos, responsables unos de otros, hagamos nuestras las angustias de los más pobres y velemos para que tengan acceso a  los alimentos, al agua, a la tierra, a la salud, a la educación, al trabajo y a un salario digno. Roguemos al Señor.

R/ Padre bueno y misericordioso, escucha nuestra oración.

3.  Para que el Señor nos de un corazón generoso y sepamos compartir con los más necesitados tiempo, capacidades, bienes incluso lo que necesitamos  para vivir. Roguemos al Señor.

R/ Padre bueno y misericordioso, escucha nuestra oración.

Sintiéndonos hijos, hermanos, compañeros de camino, miembros de una sola familia, dirijámonos al Padre con la oración que Jesús nos enseñó: Padre Nuestro….

Oración final

“La verdadera caridad se hace no con lo que nos sobra, sino con lo que nos es necesario. Ante las necesidades del prójimo, estamos llamados a privarnos de algo indispensable, no sólo de lo superfluo; estamos llamados a dar el tiempo necesario, no sólo el que nos sobra; estamos llamados a dar enseguida sin reservas algún talento nuestro, no después de haberlo utilizado para nuestros objetivos personales o de grupo” (Papa Francisco, 8 de Noviembre, 2015).

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